La conversión de Alexis Carrel, premio
Nobel de Medicina
Primero
vamos a contar el milagro que fue causa de la conversión de Alexis Carrel.
Alexis Carrel era premio Nobel de Medicina, y era ateo; y quiso reírse de
Lourdes. Fue allí a demostrar que lo de Lourdes era una patraña, que aquello
era mentira, que aquello era todo un fraude. Y así subió al tren de una
peregrinación que iba a Lourdes.
He de decir primero que en Lourdes existe una Oficina Médica donde hay médicos, de todas las nacionalidades y de todas las ideologías, que estudian a los enfermos antes y después de salir. Existe un libro, que se titula Curaciones milagrosas modernas, escrito por el doctor Leuret, director de la Oficina Médica de Lourdes. En ese libro hay radiografías antes y después de los milagros, con las firmas de médicos que garantizan que estas curaciones instantáneas de ninguna manera se deben a la medicina. Personas que entran con estas radiografías y salen repentinamente curadas.
Pero sigamos con el caso de Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina y ateo. El iba a Lourdes a reírse. En el tren en el que iba, una enferma, que se llamaba Marie Ferrand Bayllie, se pone a morir. Piden un médico, y Alexis Carrel va a ver a aquella mujer que tenía, al parecer, una peritonitis. Alexis Carrel dice que esa mujer se muere, que esa mujer no llega a Lourdes. No hay nada que hacer. Está desahuciada. Sabía lo que tenía aquella mujer, y sabía que aquello era gravísimo. Entonces, de broma, dice:
-Bueno, si esta mujer se cura en Lourdes, entonces yo creería en Lourdes.
Dios le tomó la palabra. Aquella mujer llegó a Lourdes. Y ante los ojos atónitos de Alexis Carrel aquella mujer instantáneamente se cura de su enfermedad. El cumple su palabra y se convierte. Tiene un libro muy bonito, que se llama Mi viaje a Lourdes, donde cuenta su conversión. En este libro hay una oración muy bonita a la Virgen, en la que le da las gracias por haberle permitido presenciar aquel milagro maravilloso que le llevó a la fe.
He de decir primero que en Lourdes existe una Oficina Médica donde hay médicos, de todas las nacionalidades y de todas las ideologías, que estudian a los enfermos antes y después de salir. Existe un libro, que se titula Curaciones milagrosas modernas, escrito por el doctor Leuret, director de la Oficina Médica de Lourdes. En ese libro hay radiografías antes y después de los milagros, con las firmas de médicos que garantizan que estas curaciones instantáneas de ninguna manera se deben a la medicina. Personas que entran con estas radiografías y salen repentinamente curadas.
Pero sigamos con el caso de Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina y ateo. El iba a Lourdes a reírse. En el tren en el que iba, una enferma, que se llamaba Marie Ferrand Bayllie, se pone a morir. Piden un médico, y Alexis Carrel va a ver a aquella mujer que tenía, al parecer, una peritonitis. Alexis Carrel dice que esa mujer se muere, que esa mujer no llega a Lourdes. No hay nada que hacer. Está desahuciada. Sabía lo que tenía aquella mujer, y sabía que aquello era gravísimo. Entonces, de broma, dice:
-Bueno, si esta mujer se cura en Lourdes, entonces yo creería en Lourdes.
Dios le tomó la palabra. Aquella mujer llegó a Lourdes. Y ante los ojos atónitos de Alexis Carrel aquella mujer instantáneamente se cura de su enfermedad. El cumple su palabra y se convierte. Tiene un libro muy bonito, que se llama Mi viaje a Lourdes, donde cuenta su conversión. En este libro hay una oración muy bonita a la Virgen, en la que le da las gracias por haberle permitido presenciar aquel milagro maravilloso que le llevó a la fe.
Alexis Carrel nació en Lyon en 1873, de
familia rica de comerciantes. Habiéndose quedado huérfano de padre, a los cinco
años tuvo que dejar la ciudad de Lyon para ir a vivir en el campo con su madre.
Años después regresará a Lyon para hacer los estudios secundarios y
posteriormente asistir a la Facultad de Medicina. Precisamente en aquellos años
de estudios universitarios abandonó las convicciones religiosas que había
recibido en familia y abrazó la filosofía materialista y positivista.
Sin embargo, siempre mantuvo una profunda
nostalgia de las certezas de su infancia, sobre todo se daba cuente de la
ansiedad que le causaban sus nuevas creencias positivistas, pues eran incapaces
de dar una respuesta convincente a la pregunta sobre el sentido de la vida y la
muerte. Él mismo, después de su conversión, escribió sobre aquella época
(hablando de sí en tercera persona): “absorbido por los estudios
científicos, fascinado por el espíritu de la crítica alemana, [Carrel] se había
convencido poco a poco que más allá del método positivo, no hay certeza alguna.
Y sus ideas religiosas, destruidas por el análisis sistemático, lo habían
abandonado, dejándole el recuerdo dulce de un sueño delicado y hermoso. Por ello
había encontrado refugio en el escepticismo indulgente (…) La búsqueda
de las esencias y las causas parecía vana, sólo el estudio de los fenómenos era
interesante. El racionalismo satisfacía totalmente su mente, pero en el fondo
de su corazón se escondía un dolor secreto, la sensación de ahogo en un círculo
demasiado pequeño, esto es, la insaciable necesidad de certeza.”
En esos años, en los círculos médicos
franceses, tema común de discusión era Lourdes y los milagros que allí
ocurrían. Había quienes creían y quienes eran profundamente escépticos. En
1894, el famoso escritor Emile Zola, después de haber estado en Lourdes y haber
sido testigo de acontecimientos inexplicables, escribió un libro en el que
negaba rotundamente la veracidad de las apariciones. También Carrel, en su
positivismo, estaba convencido de que los de Lourdes eran sólo falsos
“milagros”, que en realidad eran curaciones fruto de la autosugestión.
Pero quería ir a ver por ti mismo y, en
1902, decidido participar como médico en una peregrinación, una oportunidad que
le ofrecido un colega médico que por un contratiempo tuvo que abandonar en el
último minuto. De este viaje de Alexis Carrel surgió un libro que tendría el
título de “Viaje a Lourdes”.
Nuestro protagonista viajaba de incógnito.
Pocos sabían su identidad, pues él solamente quería constatar lo que allí
ocurría y ayudar a los pacientes que pudiese. En su compartimiento del tren
había una mujer, Marie Ferrand (así la llama él en su libro, pero en realidad
su nombre real era Marie Bailly), cuyo estado era de extrema gravedad: tenía el
vientre hinchado, la piel traslúcida, las costillas que le sobresalían, una
bolsa de líquido que ocupaba la región umbilical, fiebre alta, hinchazón de las
piernas, el corazón acelerado, etc. Se trataba de una peritonitis tuberculosa,
que le producían a la paciente dolores terribles.
En el tren el doctor Carrel le puso una
inyección de morfina y le preguntó: “¿Usted tiene padres?“, a lo que
ella contentó que no, habían muerto los dos años antes de tuberculosis. Ella
era tuberculosa desde la edad de los 15 años y los médicos que la conocían le
habían dicho que estaba en las últimas. Sabiendo que ya no había nada que
hacer, decidió ir a Lourdes, convencida de que la Virgen le concedería, si no
la salud, al menos la fuerza para morir en paz.
Al llegar a Lourdes, Carrel se encontró
con un viejo compañero de colegio, católico practicante, del cual solo pone en
el libro las iniciales A.B., y le preguntó: “¿Sabes si esta mañana algún
paciente se ha curado en las piscinas?” A lo que él respondió
negativamente, pero le contó un prodigio que había ocurrido delante te la
gruta: Una religiosa que caminaba con muletas llegó, se hizo el signo de la
cruz, bebió el agua de la fuente milagrosa y de pronto se le iluminó el rostro,
tiró las muletas y caminó ágilmente hacia la gruta, donde se arrodilló ante la
Virgen. “¿Curada?” respondió Carrel “Un caso interesante de
autogestión”.
Su amigo le preguntó “¿Y con qué
curación te convencerías de la existencia de los milagros?” El respondió
que la curación imprevista de una enfermedad orgánica, como una pierna cortada
que vuelve a crecer, un cáncer que desaparece, una deformidad congénita que de
pronto desparece, etc. “Entonces sí que creería, si se me concediese ver un
fenómeno de tal magnitud, sacrificaría todas mis teorías e hipótesis, pero no
tengo miedo de llegar a ese punto… Hay una chica, Marie Ferrand, que he tenido
que atender muchas veces durante el viajes y cuya vida peligra, tiene una
peritonitis tuberculosa y su estado es crítico, temo que se me muera entre los
brazos. Si ella se curase, sería un verdadero milagro, yo creería todo y me
haría sacerdote” Ahí quedó la conversación.
En la sala de la Inmaculada, reservada a
los enfermos más graves, habían puesto a Marie esperando poderla meter en las
piscinas. El doctor Carrel se acercó a su camilla, la examinó y vio que su
corazón no podía más, se acercaba el final. Le puso una inyección de cafeína y
dijo a los médicos presentes: “Es una peritonitis pulmonar en el último
estadio. Ella es hija de padres muertos de tuberculosis cuando eran jóvenes y
ella ha sido tísica desde los 15 años. Puede vivir todavía algún día, pero se
acerca su fin”. Otro médico del lugar confirmó el diagnóstico y las pocas
esperanzas de vida. No fue posible meterla en las piscinas, solamente le
lavaron el vientre con el agua de allí y la llevaron ante la gruta, con un
aspecto que ya era cadavérico. Eran las 14’30.
De pronto a Carrel le pareció que el
rostro estaba más normal, menos lívido. Le parecía una alucinación, siguió
observándola. La examinó y la respiración se estaba regularizando, parecía que
mejoraba. Pero lo gordo vino entonces: Alexis Carrel vio como la sábana que la
cubría se deshinchaba por el vientre. En media hora toda la hinchazón de la
paciente había desaparecido y el médico no podía da crédito a sus ojos.
Se acercó a ella, observó la respiración y
comprobó que el corazón latía ya sin aceleración. Le preguntó “¿Cómo se
siente?”, a lo que ella contestó: “Muy bien, siento poca fuerza, pero
creo que estoy curada”. Carrel escribió sobre este momento, en tercera
persona: “El médico no podía hablar, ni pensar. El hecho que estaba
ocurriendo era contrario a cualquier previsión. Se levantó, cruzó las filas de
los peregrinos que rezaban y se fue. Eran casi las 16. Había ocurrido lo
inesperado, el milagro”
Marie Ferrand, curada, fue llevada al
hospital dirigido por el doctor Boissaire, un científico que defendía la
veracidad de Lourdes. Carrel la visitó varias veces esa tarde con otros médicos
y constató que la curación era completa. Llegó la noche y nuestro protagonista
se acercó a la Basílica, donde vio a su amigo A.B., quien le dijo: “¿Te
convences ahora, filósofo incrédulo? Ahora te tendrás que meter a cura”
Carrel se quedó solo en la basílica y pronunció aquella oración que se ha hecho
famosa: “Dulce Virgen que socorres a los infelices, protégeme. Creo en ti
(…) Tu nombre es más dulce que el sol de la mañana. Toma a este pecador
inquieto de corazón atormentado que se consume en la búsqueda de quimeras.”
El médico positivista, convertido en
creyente, no se hizo sacerdote, sino que siguió dedicando toda su vida a la
ciencia. Se trasaladó a Estados Unidos y colaboró con la Universidad de Chicago
y el Rokefeller Institute. Recibió el Premio Nobel de medicina en 1912 por el
descubrimiento de un específico punto de sutura que permitió el transplante de
vasos sanguíneos y órganos. En su ancianidad, fue acusado de colaboracionismo
con el gobierno pronazi de Vichy lo derrumbó, dicen que esta fue la causa del
infarto que lo condujo el 5 de noviembre de 1944 a la muerte. A él se debe la
famosa frase: “Poca observación y mucho razonamiento conducen al error,
mucha observación y poco razonamiento conducen a la verdad”
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